“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).
Este versículo, favorito de muchos, apunta a dos verdades básicas que son muy difíciles de aceptar por el hombre caído, la encarnación y la resurrección. No puede haber salvación sin una plena aceptación de estas doctrinas y todo lo que significan.
Primero, debemos confesar con nuestra boca que Jesús es el Señor, esto es, que Aquél que nació en el establo de Belén es ni más ni menos que Dios manifestado en carne. La deidad del Señor Jesús es la piedra angular donde se apoya todo el plan de la salvación.
Segundo, es vital que creamos en nuestro corazón que Dios lo levantó de los muertos, si bien esto significa más que el simple hecho de la resurrección. Esto incluye que el Señor Jesús murió en la cruz como nuestro Sustituto. Pagó la pena que nuestros pecados merecían. Soportó la ira de Dios que debimos haber sufrido eternamente y por último, lo levantó de la muerte al tercer día, como prueba de la entera satisfacción de Dios con el sacrificio de Cristo por nuestros pecados.
Cuando le recibimos como Señor y Salvador, la Biblia asegura que somos salvos. Pero alguien podría preguntar: “¿Por qué se ha de confesar antes de creer? ¿No creemos primero y luego confesamos?”
En el versículo 9 Pablo enfatiza la encarnación y la resurrección, y nos da el orden histórico en que ocurrieron, la encarnación primero y la resurrección treinta y tres años más tarde.
En el versículo siguiente se señala que creer va antes que confesar. “Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación”. Aquí el orden es el que tiene lugar cuando nacemos de nuevo. Primero, confiamos en el Salvador para ser justificados, y luego confesamos la salvación que hemos ya recibido.
Es tal la naturalidad, sencillez y candor con que nuestro versículo enseña esta asombrosa verdad que los niños cantan libremente:
Romanos diez, nueve
Es mi versículo preferido;
Confesando a Cristo como Señor,
Soy salvo por gracia divina;
Porque tres son las palabras de la promesa
Que en letras doradas brillan:
Romanos diez, nueve.