“Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (Hebreos 13:13).
La primera lección que aprendemos de este versículo es que Cristo es el centro de reunión de Su pueblo. No nos congregamos en torno a una denominación, iglesia, edificio o algún gran predicador, sino sólo en Cristo: “a él se congregarán los pueblos” (Gn. 49:10). “Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio” (Sal. 50:5).
La segunda lección es que debemos salir a Él, fuera del campamento. Algunos han definido el campamento como “todo sistema religioso terrenal adaptado al hombre natural”. Se trata de la esfera religiosa en la que Cristo es deshonrado y degradado, la pagana monstruosidad que se disfraza hoy como cristianismo y que enmascara a todos los que: “tienen apariencia de piedad pero niegan la eficacia de ella”. Cristo está afuera, y debemos salir a Él.
También aprendemos que salir con Cristo fuera del campamento conlleva vituperio. A veces los cristianos sufren vituperio por causa de su obediencia al Señor en cuanto a la comunión de la iglesia. Más y más, las asociaciones eclesiales tienen cierta medida de prestigio y posición social. Pero cuanto más nos acerquemos al patrón del Nuevo Testamento, más tendremos que compartir en Su vituperio. ¿Estamos dispuestos a pagar ese precio?
El hombre de vestido teñido me llamó,
Conocí Su voz, mi Señor crucificado;
No pude resistir cuando a sí mismo se mostró,
Y obedecí, dejando todo a un lado.
Este mundo me expulsó una vez que hubo encontrado
Que en mi rebelde corazón estaba coronado
Aquél al que había rechazado, despreciado y asesinado,
A quien Dios con poder maravilloso había para reinar resucitado.
Y así, mi Señor y yo estamos fuera del campamento,
Pero más dulce que cualquier lazo terrenal es su presencia.
Que una vez conté más grande que su llamamiento;
Estoy fuera para el mundo, pero de mi Señor no siento ausencia.