“Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera el vino nuevo romperá los odres, y se derramará y los odres se perderán. Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan” (Lucas 5:37-38).
Los odres a los que aquí se refiere eran recipientes para vino hechos de cueros de animales. Cuando los odres son nuevos, son flexibles y elásticos. Pero cuando se hacen viejos, se vuelven rígidos. Si se coloca vino nuevo en cueros viejos, la acción fermentadora del vino genera tanta presión que el odre viejo no resiste y estalla.
Aquí en Lucas 5, el Señor Jesús se vale de esto para ilustrar el enfrentamiento entre el Judaísmo y el Cristianismo. Lo que nos dice es que: “las formas anticuadas, las ordenanzas, las tradiciones y los rituales del judaísmo eran demasiado rígidos para retener el gozo, la exuberancia y la energía de la nueva dispensación”.
Este capítulo contiene ilustraciones dramáticas. En los versículos 18-21, vemos a cuatro hombres haciendo pedazos el techo de una casa para poner frente a Jesús a un paralítico que quería ser sanado. Sus métodos innovadores y no convencionales ilustran el vino nuevo. En el versículo 21, los escribas y fariseos comenzaron a criticar a Jesús; todos estos religiosos son los odres viejos. Una vez más, en los versículos 27-29 tenemos la entusiasta respuesta de Leví al llamado de Cristo, y el banquete que hizo para que sus amigos le conocieran; éste es el vino nuevo. En el versículo 30, los escribas y fariseos se quejan una vez más. Éstos son los odres viejos.
Vemos esto a través de toda la vida. La gente se acomoda a los modos tradicionales de hacer las cosas y encuentra muy difícil ajustarse al cambio. El ama de casa tiene su manera de lavar los platos y en ocasiones se irrita cuando alguien busca algo a tientas y a ciegas en su fregadero. El esposo tiene sus propias ideas acerca de cómo debe conducirse un automóvil, y casi pierde el sentido cuando la esposa o los hijos conducen.
Pero la gran lección para todos nosotros está en el ámbito espiritual. Debemos ser lo suficientemente flexibles para permitir el gozo, la efervescencia y el entusiasmo de la fe cristiana, aun si ésta se manifiesta en formas no convencionales. Ni deseamos, ni necesitamos la pesadez y el frío formalismo de los fariseos que se sentaban a la orilla del camino a criticar mientras Dios seguía trabajando.