“Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza; y su grandeza es inescrutable” (Salmo 145:3).
El pensar en Dios es indudablemente el mayor pensamiento que puede ocupar la mente humana. Los grandes pensamientos acerca de Dios ennoblecen toda la vida. Los pensamientos pequeños acerca de Dios destruyen al que los entretiene.
Dios es muy grande. Después de una admirable descripción del poder y majestad de Dios, Job dijo: “He aquí, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos; ¡Y cuán leve es el susurro que hemos oído de él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?” (Job 26:14). ¡Vemos solamente los bordes y escuchamos solamente un susurro!
El salmista nos recuerda que una mirada de Dios produce un terremoto y Su toque hace que los volcanes erupcionen (Sal. 104:32). El Señor se humilla para mirar las cosas en el cielo (Sal. 113:6). Es tan grande que llama a las estrellas por sus nombres (Sal. 147:4).
Cuando Isaías nos dice que Sus faldas llenaron el Templo (6:1), ¿podemos imaginar cuán grande debió ser aquella manifestación de su gloria? Un poco más adelante describe a Dios midiendo los océanos con el hueco de Su mano y a los cielos con Su palmo (40:12). Para Él las naciones son como una gota de agua o como menudo polvo en las balanzas (40:15). Todos los bosques del Líbano con sus animales no serían suficientes para ofrecer a Dios un sacrificio apropiado (40:16).
El profeta Nahum dice: “Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies” (Nah. 1:3).
En medio de otra descripción impresionante, Habacuc dice: “Y el resplandor fue como la luz; Rayos brillantes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder” (Hab. 3:4). Todo esto nos descubre que el lenguaje humano se derrumba ante cualquier intento por describir la grandeza de Dios.
En los días que siguen, Dios mediante, al contemplar algunos de los atributos de Dios, deberíamos ser llevados a:
Maravillarnos, porque Él es maravilloso.
Adorar, por lo que Él es y ha hecho por nosotros.
Confiar, porque Él es digno de toda nuestra confianza.
Servir, porque uno de los privilegios más grandes que hay es servir a este Señor.
Imitar, porque Su voluntad es que seamos más y más como Él.
(Sin embargo, hay algunos atributos de Dios, tales como la ira, que no debemos imitar, y otros, como Su infinitud, que no podemos compartir).