“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1:27).
Cuando Santiago escribió estas palabras, no quería decir que si un creyente hacía estas cosas, cumplía así con todo lo que se requería de él. Más bien decía que visitar a los huérfanos y a las viudas y guardarse puro no eran sino dos ejemplos extraordinarios de la religión ideal.
Podríamos suponer que lo que el apóstol tenía en mente era la predicación expositiva, la obra misionera o la evangelización personal. ¡Pero no es así! La idea predominante del pasaje es visitar a los necesitados.
El apóstol Pablo les recordó a los ancianos de Éfeso cómo acostumbraba a hacer visitas “por las casas” (Hch 20:20). J. N. Darby consideraba que visitar: “es la parte más importante de la obra”. Escribió: “El reloj da las horas y los transeúntes escuchan las campanadas, pero las obras interiores son las que mantienen el funcionamiento del reloj; y hacen que las manillas se muevan correctamente. Creo que el visitar debiera ser tu obra esencial, y lo demás tomado como se presente. Temo al testimonio público, y más aún, si no hay obra privada” (de una carta a G. V. Wigram, 2 agosto, 1839).
Una viuda ya entrada en años que vivía sola, llegó a una etapa crítica de su vida que la obligaba a depender de la ayuda de los vecinos y amigos. Con mucho tiempo de sobra, tenía un diario en el que anotaba todo lo que le sucedía durante el día, especialmente los contactos con el mundo exterior. Un día los vecinos se dieron cuenta de que por varios días no habían visto señales de vida alrededor de su casa. Llamaron a la policía para que entrara a la casa, y encontraron que ya llevaba varios días muerta. Tres días antes de su muerte, las únicas palabras que aparecían en su diario eran: “No vino nadie”, “No vino nadie”, “No vino nadie”.
En lo atareado de nuestra vida cotidiana, es muy fácil olvidar al solitario y al necesitado, al débil y al enfermizo. Damos prioridad a otros asuntos, y a aquellas formas del servicio que son más públicas y llamativas. Pero si deseamos que nuestra religión sea pura y sin mácula, no debemos descuidar a los huérfanos ni a las viudas. Tampoco debemos olvidar a los ancianos, los inválidos y los recluidos. El Señor se interesa especialmente en aquellos que necesitan ayuda, y hay una recompensa especial para los que se disponen a suplir esta necesidad.