“ Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10-11).
¡Qué escena será aquélla! ¡Toda rodilla en el universo doblándose ante el Nombre sagrado de Jesús! ¡Toda lengua confesando que Él es Señor! Dios lo ha decretado y ciertamente así sucederá.
Esto no es salvación universal. Pablo no sugiere aquí que todos los seres creados acogerán al final a Cristo como su Señor vivo y amante. Al contrario, está diciendo que aquellos que se niegan a hacer la gran confesión en esta vida serán obligados a hacerla en la venidera. Todos los seres creados reconocerán la verdad acerca de Jesucristo. Habrá una sumisión universal.
En uno de sus mensajes, Jesús es el Señor, John Stott decía: “Durante la coronación de Su Majestad la Reina en la Abadía de Westminster, uno de los momentos más conmovedores fue cuando la corona estaba a punto de ser colocada sobre su cabeza y el Arzobispo de Canterbury, el ciudadano principal del país, exclamó cuatro veces hacia cada uno de los puntos cardinales en la Abadía, norte, sur, este y oeste: ‘Señores, les presento a la que es sin lugar a dudas, Reina de estos dominios. ¿Están dispuestos a rendirle homenaje?’ Y no fue sino hasta que una gran exclamación afirmativa tronó cuatro veces en el interior de la Abadía de Westminster que la corona fue colocada sobre su cabeza”.
Seguidamente John Stott añadió: “Hoy les digo, señoras y caballeros: ‘Les presento a Jesucristo como el que es sin lugar a dudas, Rey y Señor. ¿Están dispuestos a rendirle homenaje?’”
Esta pregunta insistente resuena a través de los siglos. Muchos exclaman fuerte y afirmativamente: “Jesucristo es nuestro Señor”. Mas otros reaccionan desafiantes: “No queremos que éste reine sobre nosotros”. Un día los puños apretados serán forzados a aflojarse y las rodillas, erguidas hasta ahora, se doblarán ante Aquél cuyo Nombre es sobre todo nombre. La tragedia es que entonces será demasiado tarde. El día de la gracia de Dios habrá terminado. La oportunidad de confiar en el Salvador de los pecadores habrá pasado. Aquél cuyo señorío ha sido desdeñado será entonces el Juez, sentado sobre un gran trono blanco.
Si Él no es todavía tu Señor, confiésale como tal. ¡Disponte ya a rendirle homenaje!