“No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13:2).
La hospitalidad no es tan sólo una obligación sagrada: “no os olvidéis de la hospitalidad”; lleva consigo la promesa de sorpresas gloriosas: “por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”.
Para Abraham, todo comenzó como otro día habitual. Repentinamente, tres hombres aparecieron ante él cuando estaba sentado a la puerta de su tienda. El patriarca reaccionó de la manera típica del medio oriente: les lavó los pies, dispuso un fresco lugar de descanso para ellos bajo un árbol, salió al rebaño a por un ternero, le pidió a Sara que preparara algunos panes y en seguida les sirvió una comida suntuosa.
¿Quiénes eran estos hombres? Dos de ellos eran ángeles; el tercero era el ángel de Jehová. Creemos que el ángel de Jehová era el Señor Jesús apareciendo como Hombre (ver Gn. 18:13 donde el ángel es llamado “Jehová”).
De esta manera Abraham hospedó no solamente ángeles, sino que albergó al Señor mismo en una de Sus muchas apariciones pre-encarnadas. Y ¡podemos tener el mismo privilegio, aunque nos parezca sorprendente!
Cuántas familias cristianas pueden testificar de las bendiciones recibidas por hospedar en sus casas a hombres y mujeres piadosos. Los hijos de la casa que los han visto pasar a lo largo de sus vidas han sido grandemente impresionados por Dios. El celo por el Señor ha sido reavivado, los corazones entristecidos han sido confortados y los problemas han sido resueltos. ¡Cuánto debemos a estos “ángeles” cuya sola presencia es una bendición en el hogar!
Pero es también nuestro privilegio incomparable tener al Señor Jesús como huésped. Siempre que recibimos a alguien de Su pueblo en Su Nombre, es como si le recibiésemos a Él (Mt. 10:40). Si realmente creemos esto, gastaremos y nos dejaremos gastar en el maravilloso ministerio de la hospitalidad como nunca antes. Nos hospedaremos “los unos a los otros sin murmuraciones” (1 P. 4:9), y trataremos a cada invitado como trataríamos a Cristo mismo. Nuestros hogares serán como el de María y Marta en Betania, donde a Jesús le gustaba estar.