“…prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande” (Lucas 6:35).
Estos mandamientos de nuestro Señor se refieren a nuestra conducta hacia todos los hombres conversos o inconversos, pero vamos a considerar particularmente los tratos financieros entre individuos cristianos. Es tristemente cierto que algunos de los conflictos más serios entre creyentes surgen por asuntos monetarios. Esto no debe ser así, pero desafortunadamente el viejo adagio todavía vale: cuando el dinero entra por la puerta, el amor sale por la ventana.
Una solución simple podría ser prohibir todo trato financiero entre los santos, pero no podemos hacer esto, porque la Biblia dice: “A cualquiera que te pida, dale” y “…prestad, no esperando de ello nada” (Lc. 6:30, 35). De modo que debemos adoptar varias directrices que nos permitan obedecer a la Palabra y evitar disputas y amistades rotas.
Debemos dar en cualquier caso de necesidad genuina. El don debe ser incondicional. Si damos a otro, éste no debe sentirse obligado de ninguna forma a votar por nosotros en una reunión de la iglesia o a defendernos cuando estamos equivocados. No debemos tratar de “comprar” a la gente con nuestras bondades.
El mandamiento de dar tiene sus excepciones. No debemos dar a nadie para financiar apuestas, bebidas o cigarros. No debemos dar para facilitar algún plan necio de hacerse rico que provea para la codicia del hombre.
Cuando prestamos para una causa digna, debemos hacerlo con la actitud de que no nos importa si el dinero será devuelto. La falta de pago no deberá afectar nuestra amistad y no debemos cobrar intereses por el préstamo. Si un judío, viviendo bajo la ley no podía cobrar intereses a otro compañero judío (Lv. 25:35-37), cuánto menos debe un cristiano, viviendo bajo la gracia, cobrar intereses a un compañero creyente.
Si surge un caso donde no estamos muy seguros de que la necesidad es genuina, generalmente es mejor buscar el suplir la necesidad. Si vamos a equivocarnos, es mejor hacerlo del lado de la gracia.
Al dar a los demás, debemos afrontar el hecho de que los recipientes de la caridad a menudo sienten resentimiento hacia el donante. Este es un precio que debemos estar dispuestos a pagar. Cuando a Disraeli se le recordó una vez que cierto hombre lo odiaba, dijo: “No se porqué. No he hecho nada por él últimamente”.