“Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas, y toma para ti los bienes” (Génesis 14:21).
Los ejércitos invasores habían llegado a Sodoma y capturado a Lot, su familia y grandes cantidades de botín. Tan pronto como Abram lo oyó, armó a sus siervos y persiguió a los invasores, hasta que finalmente los alcanzó cerca de Damasco y rescató a los cautivos y sus pertenencias. El rey de Sodoma salió para encontrar a Abram cuando volvía y le dijo: “Dame las personas, y toma para ti los bienes”. Abram contestó que no tomaría ni una correa de calzado para que el rey no dijera que había enriquecido a Abram.
En un sentido el rey de Sodoma representa a Satanás, que intenta hacer que los creyentes se ocupen con las cosas materiales y descuiden a la gente que les rodea. Abram resistió la tentación, pero muchos desde aquel tiempo no han tenido tanto éxito. Han dado prioridad a la acumulación de posesiones y han prestado poca atención a los vecinos y amigos que están afrontando la eternidad sin Dios, sin Cristo y sin esperanza.
Las personas son importantes; las cosas no. Un joven cristiano entró en la sala de su casa, donde su madre estaba cosiendo, y le dijo: “Mamá, estoy contento de que Dios me haya dado un amor más grande por las personas que por las cosas”. Esa madre en particular también estaba contenta.
Parece incongruente llorar cuando alguien rompe tu taza de té de porcelana china, y sin embargo jamás derramar una lágrima por los millones que perecen. Es interesante tener una memoria fenomenal para los jugadores de fútbol y no obstante, quejarnos porque no logramos recordar los nombres de otras personas. Se hecha de ver mi sentido distorsionado de los valores cuando me molesto más por el daño causado a mi automóvil que por la persona lastimada en el otro automóvil. Es fácil tomar a mal las interrupciones cuando estamos trabajando en algún proyecto doméstico aun cuando la interrupción pueda ser más importante que el proyecto.
A menudo estamos más interesados en el oro y la plata que en los hombres y las mujeres. A. T. Pierson decía: “Hay enterrado en los hogares cristianos oro, plata y adornos inútiles suficientes para construir una flota de 50.000 barcos, llenarlos de Biblias y atestarlos de misioneros: construir una iglesia en cada aldea desamparada y proveer a cada alma viviente con el evangelio por un buen número de años”. Otro hombre de Dios con un ministerio profético, J. A. Stewart, escribió: “Hemos usado nuestra riqueza para vivir en lujos que no necesitamos. Nos aficionamos al caviar, mientras millones en otras partes de nuestro mundo mueren de inanición por el pecado. Hemos vendido nuestra primogenitura espiritual por un plato de lentejas”.
Repetidamente me pregunto cuándo los cristianos abandonaremos la lucha furiosa por las posesiones materiales y nos concentraremos en el bienestar espiritual de los demás. Un alma viviente vale más que toda la riqueza del mundo. Las cosas no importan; las personas sí.