“Adán… engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen”
(Génesis 5:3).
Es un hecho primordial de la vida física engendrar hijos a nuestra semejanza, conforme a nuestra imagen. Adán engendró un hijo a su semejanza, y le puso por nombre Set. Es probable que cuando las gentes veían a Set comentaran entre ellas lo que han estado diciendo desde entonces: “De tal palo, tal astilla”.
También es un hecho aleccionador de la vida espiritual que engendramos hijos conforme a nuestra imagen. Cuando Dios se vale de nosotros para llevar a otros al Señor Jesús, éstos van adquiriendo poco a poco características similares a las nuestras. No se trata aquí de un asunto de herencia sino de imitación. Nos miran como el ideal de lo que los cristianos deben ser e inconscientemente modelan su conducta según la nuestra. Muy pronto manifiestan la semejanza familiar.
Esto significa que el lugar que le doy a la Biblia en mi vida establecerá la norma para mis hijos en la fe. El énfasis que le doy a la oración vendrá a ser el suyo. Si adoro a Dios, esta característica probablemente se les transmitirá también.
Si me adhiero a las firmes demandas del discipulado, ellos supondrán que ésta es la norma para todos los creyentes. Por otra parte, si suavizo las palabras del Salvador y vivo para la riqueza, la fama y el placer, puedo esperar que ellos seguirán mi dirección.
Los celosos ganadores de almas engendran valientes predicadores de fuego. Aquellos que encuentran placer y beneficio en memorizar las Escrituras transmiten esa visión a sus hijos espirituales.
Si no asistes con regularidad a las reuniones de la asamblea, difícilmente podrás esperar que tus protegidos no hagan lo mismo. Si acostumbras a llegar tarde, probablemente ellos llegarán tarde también. Si te sientas en el banco de atrás, no es de sorprender que esto les induzca a hacer lo mismo.
Por otra parte, si eres disciplinado, confiable, puntual y comprometido vitalmente, tus “Timoteos” seguirán tu fe.
De aquí surge una pregunta que es para todos nosotros: “¿Estoy contento de engendrar hijos a mi propia imagen?” El apóstol Pablo podía decir: “Por tanto os ruego que me imitéis” (1 Co. 4:16). ¿Podemos decir lo mismo?