“…no ignoramos sus maquinaciones”
(2 Corintios 2:11).
Es importante conocer las maquinaciones de nuestro enemigo, el diablo. De otro modo, le será más fácil tomar ventaja sobre nosotros.
Es mentiroso, y lo ha sido desde el principio. De hecho, es el padre de la mentira (Jn. 8:44). Le mintió a Eva desvirtuando las palabras de Dios, y ha estado haciendo lo mismo desde entonces.
Además, es engañador (Ap. 20:10). Su táctica consiste en mezclar un poco de verdad con el error. Imita y falsifica lo que es de Dios. Se hace pasar como ángel de luz y envía a sus mensajeros como ministros de justicia (2 Co. 11:14-15). Engaña usando grandes señales y prodigios mentirosos (2 Ts. 2:9) y corrompe el entendimiento de la gente (2 Co. 11:3).
Satanás es un asesino destructor (Jn. 8:44; 10:10). Su meta y la meta de todos sus demonios es destruir. No hay excepción a esta afirmación. Como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar (1 P. 5:8), persigue al pueblo de Dios (Ap. 2:10) y destruye a sus propios esclavos por medio de las drogas, el ocultismo, el alcohol, la inmoralidad y vicios por el estilo.
Es el acusador de los hermanos (Ap. 12:10). La palabra “diablo” (gr. diábolos) significa acusador o calumniador, y como su nombre lo indica, así es él. Todos aquellos que calumnian a los hermanos están haciendo la obra del diablo.
Siembra desaliento. Pablo advirtió a los corintios que de no perdonar al pecador arrepentido, Satanás obtendría una ventaja hundiéndolo en el desánimo extremo (2 Co. 2:7-11).
Así como Satanás, hablando a través de Pedro, buscó disuadir a Jesús para que no fuera a la Cruz (Mr. 8:31-33), así desanima a los cristianos para que se eviten la vergüenza y el sufrimiento de llevar la cruz.
Un truco favorito del maligno es “divide y vencerás”. Busca sembrar disensión y discordia entre los santos, sabiendo que “una casa dividida contra sí misma no puede permanecer”. Triste es decirlo pero su estrategia ha tenido mucho éxito.
Ciega las mentes de los incrédulos para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo y no sean salvos (2 Co. 4:4). Les ofusca con diversiones y pasatiempos, falsas religiones, dilaciones y orgullo. Les mantiene ocupados con sus propios sentimientos sin hacer caso de los hechos; les hace poner los ojos en ellos mismos y no en Cristo.
Por último, Satanás ataca expresamente a los creyentes después de conseguir grandes victorias espirituales o experimentar profundamente el poder de Dios. Es en tales circunstancias que el peligro del orgullo está presente y es más grande. Busca un punto débil en nuestra armadura, y dispara exactamente ahí.
La mejor defensa contra el Diablo es vivir con el Señor en comunión continua, clara y despejada, cubiertos de las vestiduras protectoras de un carácter santo.