10 Septiembre

“Orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).

 

En ocasiones el mejor comentario a un versículo es una ilustración.

El capitán Mitsuo Fuchida fue el piloto japonés que dirigió el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Al finalizar la incursión envió un mensaje que decía: “Tora, Tora, Tora,” indicando con esto el éxito completo de su misión. Pero la Segunda Guerra Mundial no había aún terminado. A medida que el conflicto bramaba, la marea de la batalla cambió hasta que finalmente los Estados Unidos salieron victoriosos.

Durante la guerra, los japoneses ejecutaron a una pareja de ancianos misioneros en las Filipinas. Cuando su hija en los Estados Unidos supo la noticia, decidió visitar a los prisioneros de guerra japoneses y compartir con ellos las buenas nuevas del evangelio.

Cuando le preguntaban por qué era tan amable con ellos, contestaba: “A causa de la oración que hicieron mis padres antes de ser asesinados”. Eso era todo lo que decía.

Después de la guerra Mitsuo Fuchida estaba tan amargado que decidió acusar a los Estados Unidos ante un tribunal internacional por atrocidades de guerra. En un intento por reunir la evidencia, entrevistó a los prisioneros de guerra japoneses. Cuando rindió el informe acerca de aquellos que estaban detenidos en los Estados Unidos, se desilusionó al oír no de las atrocidades, sino de las bondades mostradas por una dama cristiana cuyos padres habían sido asesinados en las Filipinas. Los prisioneros contaron cómo les había dado un libro llamado Nuevo Testamento y mencionaron que los padres de ella habían orado de manera desconocida antes de ser ejecutados. Esto no era precisamente lo que Fuchida quería oír pero tomó nota mentalmente de ello.

Después de escuchar la historia numerosas veces fue y compró un Nuevo Testamento. Leyó el Evangelio de Mateo y se sintió intrigado. Después leyó todo el Evangelio de Marcos y su interés creció. Cuando llegó a Lucas 23:34, la luz inundó su alma. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Instantáneamente entendió lo que habían orado los ancianos misioneros antes de ser asesinados.

“Ya no pensó en la mujer americana o en los prisioneros de guerra japoneses, sino en sí mismo, un fiero enemigo de Cristo, a quien Dios quería perdonar en respuesta a la oración del Salvador crucificado. En ese mismo momento buscó y encontró perdón y vida eterna por la fe en Cristo”.

El proyecto para el tribunal internacional fue desechado. Mitsuo Fuchida pasó el resto de su vida proclamando las inescrutables riquezas de Cristo en muchos países.

Josue G Autor