27 Septiembre

“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).

 

Probablemente cualquiera que lea este versículo se sorprenderá al saber que los cobardes y los incrédulos están en la misma lista que el resto de los que consideramos viles e infames pecadores, y que tendrán parte en el mismo castigo por toda la eternidad.

Es probable que se sorprendan también al notar que los cobardes ocupan el primer lugar de la lista. Esto debe impactar tremendamente a cualquiera que excusa su timidez como un asunto insignificante. Quizás tienen miedo de aceptar al Señor Jesús por lo que sus amigos pudieran decir, o porque son de una disposición naturalmente reservada. Dios no excusa esto como cosa de poca importancia; lo ve como una cobardía culpable.

También debe sorprenderles a los que ocupan el segundo lugar: los incrédulos. Oímos a personas que dicen: “No puedo creer” o “Me gustaría poder creer”. Pero éstas son declaraciones hipócritas. No hay nada en el Salvador que haga imposible que los hombres crean en Él. El problema no está en el intelecto del hombre sino en su voluntad. Los incrédulos no quieren creer en Él. El Señor dijo a los judíos incrédulos de Su tiempo: “…y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:40).

No cabe duda que muchos de los cobardes e incrédulos se consideran decentes, cultos y morales. No quieren tener nada que ver con los asesinos, los inmorales o los que practican la magia. Pero la ironía está en que pasarán toda la eternidad con ellos, porque nunca vinieron a Cristo para ser salvos.

Su destino es “el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Esto es, por supuesto, la tragedia suprema. La gente puede discutir acerca de la existencia del infierno y del castigo eterno, pero la Biblia es muy explícita. El infierno existe al final de la vida sin Cristo.

Lo que hace que este asunto sea especialmente triste es que ni los cobardes ni los incrédulos o cualquiera de los otros que están en la lista de nuestro versículo tienen que ir al lago de fuego. Es completamente innecesario. Si sólo se arrepintieran de sus cobardías, dudas y otros pecados y se volvieran al Señor Jesús con una fe sencilla, serían perdonados, limpiados y hechos aptos para el cielo.

Josue G Autor