1 Noviembre

“Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno” (Eclesiastés 11:6).

 

Nuestra ignorancia en cuanto a cómo y cuándo Dios utilizará nuestro servicio debe instarnos a ser incansables aprovechando todas las oportunidades. El Señor obra a menudo cuando menos lo esperamos y en un número infinito de maneras originales.

Un soldado cristiano, haciendo la mili en una base aérea naval, estaba cerca de la esquina de un edificio testificando a un amigo. Un tercer soldado, que no estaba a la vista a la vuelta de la esquina, que escuchó el evangelio, fue convencido de sus pecados y se convirtió de verdad. El compañero a quien se dirigió el mensaje directamente no respondió.

Un predicador que estaba comprobando la acústica de un nuevo auditorio, hizo resonar las palabras de Juan 1:29, “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Al parecer nadie estaba escuchando. Una vez más pronunció las palabras eternas de Juan el Bautista: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. El piso principal estaba vacío, pero un obrero en la primera planta fue impactado por el mensaje y acudió al Cordero de Dios buscando perdón y una nueva vida.

Un maestro bíblico estadounidense le hablaba a un joven turista del mismo país, en una estación de trenes en París (Eran ambos de la misma ciudad en los EE.UU.). El joven se irritó cuando fue confrontado y dijo: “¿Piensas que vas a salvarme en una estación de trenes en París?” El maestro bíblico replicó: “No, no puedo salvarte. Pero nada ocurre por casualidad en la vida. No fue por accidente que nos encontráramos aquí. Creo que Dios te está hablando y que es mejor que lo escuches”. En los días que siguieron, un cristiano llevó al joven viajero a Viena mientras le testificaba por el camino. Vuelto a los Estados Unidos, ese mismo creyente invitó al joven a un rancho en Colorado. El último día de su estancia en el rancho, se encontraba solo en la piscina. Muy pronto otro invitado se acercó y le habló tranquilamente acerca del Señor y tuvo el gran gozo de guiarle al Salvador. Años más tarde, el maestro bíblico estadounidense fue presentado a un ardiente joven discípulo al final de una reunión. El nombre le era vagamente conocido. Entonces recordó. Se trataba de aquel turista a quien había hablado en una estación de trenes en París.

La moraleja, sin duda, es que debemos ser diligentes para Cristo por la mañana y por la tarde, a tiempo y fuera de tiempo. Nunca sabemos qué golpe romperá el granito o qué palabra será aquella que dé la vida.

Josue G Autor