“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19).
Aun en los días de los apóstoles, había mucha confusión en el mundo religioso. Por ejemplo, había dos hombres enseñando la extraña doctrina de que la resurrección de los creyentes ya se había efectuado. Para nosotros esta idea es una locura. Pero resultaba ser tan grave como para hundir la fe de algunos. La pregunta surge naturalmente: “¿Eran estos dos hombres cristianos genuinos?”
Con frecuencia afrontamos la misma pregunta hoy. Hay un comentarista prominente que niega el Nacimiento Virginal. Un profesor de seminario enseña que la Biblia contiene errores. Un misionero predica el evangelio con mucho fervor, pero después enseña que se puede perder la salvación. Un estudiante universitario dice haber sido salvado por gracia por medio de la fe, y sin embargo se aferra a guardar el sábado como algo esencial para la salvación. Un hombre de negocios habla de una experiencia de conversión, sin embargo permanece en una iglesia que venera ídolos, que enseña la salvación por medio de los sacramentos y pretende que su líder es infalible en materia de fe y moral. ¿Son éstos, cristianos verdaderos?
Hablando con franqueza, hay casos donde nos es difícil saber con precisión si una persona es realmente un verdadero creyente o no. Entre lo verdadero y lo falso, lo blanco y lo negro, a veces nos aparecen las medias tintas. No podemos estar seguros en esta área. Solamente Dios lo sabe.
Lo que es seguro en un mundo de incertidumbre es el fundamento de Dios. Todo lo que Él construye es firme y sólido. Su fundamento lleva un sello y sobre éste hay dos inscripciones. Una presenta el lado divino y la otra el humano. La primera es declarativa y la segunda imperativa.
El lado divino consiste en que el Señor conoce a los que son Suyos. Conoce a aquellos que le pertenecen genuinamente aunque sus hechos no sean siempre como debieran ser. Por otra parte, es consciente de todo fingimiento e hipocresía de los que tienen una apariencia externa pero no una realidad interna. Tal vez nosotros no podemos distinguir a la oveja de la cabra, pero Él puede y lo hace.
El lado humano es que todo aquel que invoca el Nombre de Cristo debe apartarse de iniquidad. Así es como una persona puede demostrar la realidad de su profesión. Cualquiera que continúa en el pecado pierde credibilidad en lo que respecta a su pretensión de ser cristiano.
Éste es, entonces, nuestro recurso cuando encontramos difícil distinguir entre el trigo y la cizaña. El Señor conoce a los que son Suyos. Todos los que dicen serlo deben demostrarlo a los demás por medio de la separación del pecado.