6 Julio

“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30).

 

Así como es posible apagar al Espíritu en las reuniones de la iglesia, es posible contristarlo en nuestra vida privada.

Hay cierta ternura en la palabra “contristar”. Solamente podemos entristecer a alguien que nos ama. Los mocosos del vecindario no nos contristan, pero nuestros propios hijos traviesos sí.

El Espíritu Santo nos ha dado un lugar especial de cariño e intimidad. Él nos ama y nos ha sellado para el día de la redención. Podemos entristecerlo.

Pero ¿qué es lo que lo entristece? Cualquier forma de pecado trae dolor a Su corazón. No es por accidente que Pablo aquí le llama Espíritu Santo. Cualquier cosa que es profana le agobia con tristeza.

La exhortación “no contristéis” viene en medio de una serie de pecados contra los cuales estamos advertidos. La lista no intenta ser exhaustiva sino solamente sugestiva.

Mentir entristece al Espíritu (v. 25): mentiras “piadosas”, mentiras negras, mentirijillas, exageraciones, medias verdades y verdades matizadas. Dios no puede mentir y no le puede dar ese privilegio a Su pueblo.

La ira que se desborda en pecado contrista al Espíritu (v. 26). La única vez que la ira se justifica es cuando es por la causa de Dios. Todas las otras formas de ira dan lugar al diablo (v. 27).

Robar entristece al Espíritu Santo (v. 28), sea del monedero de la madre o el tiempo de nuestro empleado, herramientas o artículos de oficina.

Las palabras corrompidas contristan al Espíritu Santo (v. 29). Esto recorre toda una gama que va desde bromas sucias e incitantes hasta charlas frívolas. Nuestra conversación debe ser edificante, apropiada y sazonada con sal.

La amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia completan la lista del capítulo 4.

Uno de los ministerios favoritos del Espíritu Santo es mantenernos ocupados con el Señor Jesucristo. Pero cuando pecamos, tiene que apartarse de este ministerio para restaurarnos a la correcta comunión con el Señor.

Pero aún entonces nunca se entristece para siempre. Nunca nos deja. Estamos sellados por Él para el día de la redención. Sin embargo, esto no debe usarse para excusar nuestros descuidos sino que debe ser uno de los motivos más grandes para la santidad.

Josue G Autor