“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17).
Aquellos que enseñan y predican la fe cristiana deben practicar lo que predican. Están obligados a presentarse ante el mundo como un ejemplo viviente de la verdad. La voluntad de Dios es que la Palabra se encarne en las vidas de los Suyos.
El mundo se impresiona más por la acción que por las palabras. ¿No era esto lo que Edgar Guest escribió una vez: “Preferiría antes ver un sermón que escucharlo”? Es bien conocido el dicho sarcástico que dice: “¡Lo que eres habla tan fuerte que no puedo oír lo que dices!”
Se decía de un predicador que cuando estaba en el púlpito la gente deseaba que nunca lo dejara; pero cuando estaba fuera del púlpito, la gente deseaba que nunca subiera a él.
H. A. Ironside decía, “Nada sella más los labios que la vida”. De modo similar, Henry Drummond escribió: “El hombre es el mensaje”. Carlyle añadió su testimonio: “La vida santa es el mejor argumento que aboga por Dios en una era de hechos… Las palabras tienen peso cuandotienen a un hombre detrás de ellas”. E. Stanley Jones decía: “La palabra tiene que encarnarse en nosotros antes de que pueda ser poder a través de nosotros”. “Si predico lo correcto pero no lo vivo, estoy diciendo una mentira acerca de Dios”, decía Oswald Chambers.
Por supuesto que sabemos que el Señor Jesucristo es el Único que encarna perfectamente lo que enseña. No hay contradicción entre Su vida y Su mensaje. Cuando los judíos le preguntaron: “¿Tú quién eres? Jesús les dijo: lo que desde el principio os he dicho” (Jn. 8:25). Su conducta correspondía a Sus declaraciones. Nuestro proceder debe ser así cada vez más.
Dos hermanos eran doctores, uno era predicador y el otro médico. Un día una mujer atormentada fue a ver al predicador, pero no estaba segura de cuál de los doctores vivía allí. Cuando el predicador abrió la puerta, ella preguntó: “¿Es usted el doctor que predica o el que practica?” La pregunta le impresionó haciéndole ver la necesidad de ser un ejemplo vivo de lo que enseñaba.