23 Diciembre

“Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (1 Juan 3:6).

 

Ayer consideramos un pasaje que es angustioso para algunos cristianos sinceros. Hoy veremos tres versículos en la primera epístola de Juan que también perturban a creyentes que son muy conscientes de su pecaminosidad. Tenemos el versículo citado al comienzo de esta página. Poco después viene 1 Juan 3:9 que dice: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. Y 1 Juan 5:18 dice: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”. Así tal cual, estos versículos podrían hacer a cualquiera de nosotros dudar de si somos creyentes verdaderos.

Sin embargo, otros versículos en esta misma carta reconocen que el creyente peca, por ejemplo 1:8-10; 2:1b.

El problema en gran parte es de traducción. En la lengua original del Nuevo Testamento hay una diferencia entre cometer actos ocasionales de pecado y practicar el pecado como norma de vida. El cristiano sin duda comete actos de pecado, pero el pecado no caracteriza su vida. Ha sido libertado del pecado como amo.

La Nueva Versión Internacional los traduce así: “Todo el que permanece en él, no practica el pecado. Todo el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido” (3:6). “Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios” (3:9). “Sabemos que el que ha nacido de Dios no está en pecado; Jesucristo, que nació de Dios, lo protege, y el maligno no llega a tocarlo” (5:18).

Si un cristiano dice que no peca, es porque tiene un concepto imperfecto de lo que es el pecado. Aparentemente no se da cuenta de que cualquier cosa que no cumple con la regla perfecta de Dios es pecado. La realidad es que cada día pecamos en pensamiento, palabra y obra.

Pero Juan hace una distinción entre lo que es excepcional y lo que es habitual. Para el santo genuino el pecado es algo extraño, y la justicia es habitual en su casa.

Cuando vemos esto, no hay necesidad de torturarnos con estos versículos que nos hacen dudar de nuestra salvación. La sencilla realidad es ésta: la voluntad de Dios es que no pequemos, y no nos da permiso para pecar. Desafortunadamente pecamos. Pero el pecado ya no es la potencia dominante en nuestras vidas. Ya no practicamos el pecado como lo hacíamos antes de ser salvos, y si pecamos, encontramos perdón al confesar y abandonar nuestro pecado.

Josue G Autor